miércoles, 2 de agosto de 2017

Hola, A.

Dado que has preferido ignorar mi petición de conversar en persona, me veo obligado a escribirte todo lo que te quería transmitir. Sí, efectivamente no quería quedar solo para intercambiarnos minucias; quería quedar porque me apetecía verte y, sobre todo, porque tenía un mensaje que darte desde hace tiempo. Empecemos desde el principio.

¿Recuerdas el día que fui a visitarte al trabajo? Para mí ese día fue súperbonito, porque todo salió como tenía planeado y las emociones que sentí fueron muy intensas. Desde tener el corazón a mil unos segundos antes de acercarme a ti, hasta estar completamente pletórico, feliz y, sobre todo, VIVO cuando llegué a mi casa. Esa es la palabra. Además, tengo grabado en mi cabeza esa imagen tan tierna de verte asombrada y avergonzada por la sorpresa, y que se manifestaba en tu cara inocente en forma de rubor. Realmente espero no olvidarme nunca de ese día tan mágico. Pero a lo que iba, ¿por qué te cuento todo esto?

Lo cierto es que cuando llegué a mi piso eran tales las emociones que sentía, que prácticamente me vi obligado a transformar esos sentimientos en palabras y, de este modo, empecé a escribir. Elaboré unas cuantas líneas que fueron fluyendo solas y paré. Al día siguiente lo mismo, al posterior igual y así seguí, escribiendo y modificando palabras, hasta que al cabo de 5 – 6 días, no lo recuerdo exactamente, terminé el texto.

Hagamos un rápido flashback a mi pasado. Cuando Jere tenía 16 años, era un niño extremadamente sensible (como digo yo, “un corazón puro e inocente”) que tenía gran facilidad para expresarse y escribir constantemente lo que sentía. Sin embargo, una chica le hizo mucho daño y digamos que, a modo de autodefensa, su reacción fue proteger ese corazón puro e inocente mediante una barrera. En pocas palabras, se volvió una piedra. Cero emociones, cero sentimientos… nada. Completa apatía. Una de las peores épocas de mi vida, sin duda. Y, evidentemente, perdí la capacidad de escribir. Con los años, poco a poco fui curándome en salud y fui recuperando esa sensibilidad que había perdido, pero no la maña de redactar. ¿A qué viene todo esto? Pues que, gracias a ti, sin tú querer, he vuelto a tener la inspiración necesaria como para volver a escribir… y así lo he hecho.

Muy bien, ahora toca hablar acerca del texto. ¿Por qué no te he dicho nada al respecto, si lo he escrito desde hace un montón de tiempo? Pues por una sencilla razón: hay demasiado de mí en ese texto. Y entregártelo o leértelo, me hubiese vuelto demasiado vulnerable ante ti. Ojo, que abrirse a una persona no es para nada malo, siempre y cuando, esa persona sea la adecuada. Y considero que no es el caso. No porque no seas buena persona, todo lo contrario, creo que eres una persona maravillosa, súpersimpática y diferente, pero quizás no te corresponda. O quizás, simplemente, no estés tan entregada como yo sí lo estoy por ti. Así que, haberte dado ese texto, era tirarse a la piscina sin siquiera saber si hay agua.

Sin embargo, la decisión de entregarte esta carta (sí, el texto lo pasé a limpio en un folio tras varios intentos fallidos), la tomé hace mucho tiempo. Y ahora te voy a explicar por qué. Desde que escribí la primera frase me moría de ganas por enseñártelo. Porque sí, es cierto que está basado en las emociones que sentí ese día, pero, al fin y al cabo, eran emociones provocadas por ti. Tú eres la musa de ese texto y no tiene ningún sentido que no lo leas. Así que un día, pensando, dije: “Jere, has fracaso tantas veces en el amor; te has dado tantas hostias contra la pared, que fracasar una vez más ya da igual”. Así que hoy, si esto estuviera ocurriendo en persona, hubiera sacado un papel de mi cartera, lo hubiese abierto y me hubiese dispuesto a leerte, nuevamente con el corazón a mil y las manos temblorosas, un texto que me sé de memoria de las veces que lo he leído. “Así es…” te habría dicho con una sonrisa nerviosa, así es como se titula el texto. Y sin más dilación y muy a mi pesar de que no sea yo quien te lo pueda leer, te dejo las palabras que te dediqué en su día. “Así es…” se titula.


“Así es…”
Así es como quiero pasar el resto de mi vida. Tal cual. Sin peros que valgan. Así de eufórico, de emocionado, de ilusionado… en definitiva: de ENAMORADO. No necesito nada más, de verdad. Porque cualquier problema deja de tener importancia y todo, absolutamente todo, cobra sentido. Desde que me levanto hasta que me acuesto; desde que abro los ojos hasta que los cierro. Y sí, los cierro, los cierro con ganas porque sé que allí, donde la imaginación no tiene límites, también te puedo sentir.

Así es como quiero pasar el resto de mi vida. En serio, no es broma. Porque sé que vivir no es sobrevivir, que la luna es más bonita cuando está llena y que las flores marchitan; que el horóscopo acierta (si uno quiere), que casarse con la soledad no es lo más viable y que puede que mañana no esté aquí para recordártelo. Porque nadie cree que se va, cuando se va. Y nadie regresa, si no quiere.

Así es como quiero pasar el resto de mi vida. No lo repetiré más. Creo que ha quedado claro, al menos para mí. Porque sí, es cierto que todo esto ha crecido muy deprisa. Es cierto que no sé muy bien a dónde irá a parar. Si será un camino largo o efímero, si se escuchará con altavoz o en vinilo, si se verá a color o en blanco y negro… ni siquiera sé cómo lo vives tú. Pero lo que sí tengo claro, es lo que quiero ahora y, debes creerme cuando te digo, que todo esto…
                                                  … ya ha valido la pena.


Así es, A., Así es... No quiero desglosar demasiado el texto, todo lo que he puesto, lo he puesto por alguna razón. Simplemente me gustaría aclarar ciertas cosas. Es evidente que me gustas, pero no estoy “enamorado” de ti, básicamente porque no te conozco. A pesar de esto, he remarcado esa palabra, porque creo que las emociones que sentí ese día tienen que ser emociones muy parecidas a lo que se siente cuando estás enamorado. 

Por otro lado, cuando digo “lo que sí tengo claro, es lo que quiero ahora” pues era conocerte, pasar tiempo contigo y ver si esta relación podía llegar a algún lado. Sin embargo, si esto no era posible, pues quiero que quede claro que “todo esto, ya ha valido la pena” y sí, es completamente cierto. Porque, aunque todo esto haya sido indirectamente y tú lo hayas conseguido sin querer, has logrado que vuelva a escribir, has logrado que empiece a reciclar, has logrado que tenga la inspiración de ir a tu trabajo a hacerte una sorpresa… en definitiva: me has hecho sentir VIVO en muy poco tiempo. Y eso es de agradecer. Me hubiese gustado demostrarte esto último con un abrazo, pero no siempre las cosas suceden como uno quiere. Así que nos tendremos que conformar de manera virtual con un “Muchas gracias, A. Espero que tengas un buen día”.

           JEREMY MATTEONI NUTI

No hay comentarios:

Publicar un comentario